…Y durante treinta-y-trés años de vida bien vivída, nunca me importó que cualquier imbécil me mentase a la madre, -al fin y al cabo, la inteligencia es bien escaso y la educación, inexistente- pero siempre se me encendieron las alarmas si acaso alguien me plantaba una carita de aburrimiento, porque, a la hora de la verdad, sólo hay dos clases de hombres: los que estás deseando que se larguen y los que anhelas volver a ver.

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