Cuando me encantaba aquella canción y eras mi héroe, sentía que para comerme el mundo solo necesitaba una cucharilla de café. Vivíamos rebeldes donde no debíamos y llevar la contraria era el deporte que nos mantenía en forma. Desdeñábamos peligros, la vida nos quedaba por delante, nuestro mejor momento siempre era ‘ahora’, borrando a cada segundo el anterior… estábamos (y éramos) por encima de los horarios, de los planes, de la gente, de los demás…
Vivímos egoístas y sólo paré cuando encontré alguien a quien dañar con nuestro desenfreno, y entonces a ti no te gustó que me bajase de nuestro autobús sin paradas… Seguirías adelante, prometiste… Nunca dejarías de ser El Rebelde Sin Causa.
Qué triste…