Una directiva de una importante empresa consultora de telecomunicaciones ha abandonado su codiciadísimo y bien pagado puesto para montar una librería de cuentos para niños, al estilo de las películas americanas.
Ha pintado la puerta de verde, y colocado pequeños sofás contra las paredes llenas de cuentos. Ha puesto alfombras de colores sobre el suelo de madera, e instalado una pequeña campanilla sobre la puerta de entrada como siempre pensó que haría. Tiene un pesado tarro lleno de piruletas rojas sobre el mostrador y una antiquísima máquina registradora azul turquesa que rescató de un anticuario que le cobró un ojo de la cara. Huele a esa mezcla de polvo, secretos y recuerdos de cosas que aún no han pasado que rezuman los libros que se van a leer muchas veces, y hay una escalera de caracol de hierro que sube hasta un techo liso y sin marcas donde quizás hace años se abriese una pequeña habitación que no puede dejar de imaginar.
La próxima vez que vaya a Madrid no me la pienso perder. Quiero sentirme físicamente dentro del sueño de una persona que tenía todo lo que cualquiera querría y lo cambió simplemente por todo lo que ella siempre quiso.