De cuando veranos de tres meses

Ni muy alta, ni muy baja, ni muy gorda, ni muy flaca, tenía dos inmensos ojos verdes que olían a sal, y una boca carnosa que hacía barbacoas a besos, calzaba una serena sonrisa del cuarenta y siete que nunca se quitaba de encima, y aquel verano de los diecisiete años, solo tuvo ganas de pasarlo conmigo. Aunque no tan cerca como uno hubiera querido…

Supongo que fuese donde fuese que estaba, no sospechó la decepción que para mi fue no encontrarla al año siguiente: como si el cielo se nublase y la gente se fuese de la playa en pleno agosto porque ya no hay sol al que tenderse…

Tres años después, cuando casi me había convencido de que la había olvidado, volvió, con su misma sonrisa, con sus ojos verdes y sus ganas de pasar dias conmigo hablando de nada y contándonos todo. Yo, dolido por su ausencia, tratando de sacudirme la parte de mi que a ella le era indiferente, no encontré mejor manera de explicarme que nombrarla por el nombre que para mi, desde hacía cuatro años, secretamente tenía: La Niña Que Hace Veranos.

Nunca doblaré la rodilla…

Llueve. Hace frío. Quedan diez minutos y perdemos de tres. Paliza.

Rafa va a sacar una falta. Yo me quedo atrás, cerrando el campo por si hubiese un contragolpe. Tengo la rodilla hinchada. Palpitando. A cada a impulso noto una punzada.

Llueve. Hace mucho frío…

Rafa saca la falta, mal. El portero rival coge el balón y lo juega con la mano hacia la banda para Ramiro, que corre como si no llevase cincuenta minutos haciéndolo. En segundos me va a encarar.

Hace años, no tantos, cuatro o cinco nada más, antes de la lesión, no me ganaría en carrera. Entonces no existían los dias sin deporte. Salir a correr era descansar, un partido de básket, relajarse… Ganar un kilo una utopía, ni a fuerza de cervezas, -y se hacía fuerza…- entonces encaraba Jose Luís, mucho más rápido, o Jesus Moya, con muchísima más técnica, y entonces les costaba más irse que ahora a Ramiro, que va a llegar hasta mi, le va a costar…

Me protejo reculando, la cara a la banda para obligarlo a salir por fuera y no acabar frente al portero… La rodilla se queja…

Se frena un poco para evitar perder el control del balón y que se lo robe. Por detrás, mi equipo ya ni siquiera baja. El suyo, no sube, un tímido amago de incorporación de un compañero por la banda contraria que Ramiro no tendrá en cuenta. El balón es suyo… Estamos solos…

Acelero para acomodarme a su ritmo una vez que ya lo tengo encima. La rodilla grita. Arde.

Antes, corría por placer. Seis kilómetros a buen ritmo, o dos ‘picándome’ con Jose. Todos los dias. Y disfrutaba dándole caña al cuerpo. Ahora corro con una mueca de dolor en la cara. Absurdo? Noto que no me pesan los años, me pesan las rodillas. Que no sé si podré volver a hacer el Camino. Que no sé si podré seguir haciendo amigos con el fútbol. Que sé que no podré aprender a escalar como Jare.

Ramiro es más rápido, pero para superarme sólo puede hacer una cosa: Un cambio brusco de ritmo, acelerar rápido y con su velocidad tratar de dejarme atrás. Yo estoy cansado y me duele la rodilla. Todos los ases en su mano.

Solo puedo concentrarme, recular a pasos cortos, tensionar… Esperar el hachazo y cuando llegue, saltar adelante, estirar la pierna, golpear el balón… Pero dolerá…

Un día de éstos será el final. La rodilla dirá ‘basta’ y se terminará el fútbol, último reducto de aquél que fuí, el que nunca decía que no a un partido, el que disfrutaba saliendo a correr… Algún día…

Pero mientras tanto, como dice Pérez-Reverte, aunando su épica, por la que tanto nos ha gustado siempre, en una sola frase, al menos sí tenemos derecho a luchar como troyanos y morir como romanos, porque, de hecho, lo bueno que tiene todo esto, es que doblar la rodilla ya no es una opción.

Hoy es un buen dia si…

…si juego al fútbol y doy un gol…
…si me merezco un disco, tengo quince euros en el bolsillo y me lo compro…
…si sale el sol un poquillo, lo justo para estrenar camiseta… aún cagado de frío…
…si se me quema la nariz…
…si echan desafío extremo…
…si descubro un grupo nuevo. Si lo comparto. Si te gusta.
…si un cliente me llama diciendo que le encanta mi diseño… 😀
…si el mago escribe algo nuevo…
…si encuentro aparcamiento en la puerta…
…si como lentejas… (yum!)
…si alguien a quien quiero se encuentra dinero en un bolsillo
…si Contra me invita a una exposición… aunque sea por facebook…
…si me encuentro con Jare en la puerta de casa y nos vamos a tomar una ‘milnovecientos’ improvisada antes de comer…
…si llueve y se me queda el coche limpito. Si es lunes y no tengo que echar gasolina aún…
…si abriendo la puerta, la oficina huele a limpito y está calentita…

o si no…

…si apareces.