Cuanto te quiere mamá?
Mi hermana, Marta, trabaja en una galería de arte en Madriz. Es guapa, simpática, activa, cariñosa… ciertamente Marta es la joya de la familia mientras que a uno le queda el puesto de oveja negra, lo cual no quita que celébre orgulloso dicha condición. Lo bueno de saberte condenado a algo es que puedes asumirlo y disfrutar de las cañas.
Marta viene hoy a casa. Lo sé porque he abierto el frigorífico.
Mi madre me quiere. Creo que bastante. Pero es que me ve todos los días. Seguro que cuando me mude me deja que le lleve la ropa sucia y tal, pero ahora mismo lo que prefiere es que me la lleve, conmigo, a otro sitio. Y la limpia también. Nuestro frigorífico, un día normal está como los vasos de los pesimistas, «desangelaillo» que decimos por aquí. Algún yogur de los de cagar, unos tomatitos, una lechuguita, huevos de los que se fríen, chocolate si tenemos suerte y mi padre está atado a una silla… Cuando viene Marta, mi frigo parece Marbella en agosto. Actimel de fresa, Actimel normal, Actimel 0%, chocolate, chocolate con almendras, bombones, dulces, yogures de todos los sabores, zumos, helado, una tarta…
…una tarta… Yo ya no tengo tarta ni cuando celebramos juntos mi santo y mi cumple…
Claro, me alegro de que venga mi hermana. Es como la navidad. Pero el hecho de que cuando se vaya, mi madre le meta en una bolsa todo lo que aún mi padre y yo no hemos sido capaces de devorar, me da un sofoco…
…que también puede ser de la tarta…
Total, que el domingo para quitarme la depresión de volver a ver el frigorífico en «modo eMe», temblando, y con los tristes restos de comida de la semana anterior, me iré con Jota, Edu, El Tigre y El Último Melómano a tomarme un par de churrascos en Casa Antonio, como empieza a ser tradición.
Las ovejas negras somos gente de recursos.