Se disculpó y se levantó lentamente, la mirada clavada en ella. No podía ser, después de tanto tiempo. No podía ser, con ese color de pelo, con ese corte, con ese mismo brillar.
Se despiden en el semáforo. Tres, cuatro veces. Sonríen cada vez que se vuelve a cerrar… y allí siguen. Sin moverse. Sin hablar. Esperando que algo pase. La chispa que se avecina, el derrumbe de besos, los jadeos, los mordiscos, los lunares reencontrados. Los sudores, los humores, los olores y los sabores añorados. Un desorden de ropa arrojada, de piernas y sábanas. Las luces de la tarde de un sábado imprevisto descuidando unos puntos suspensivos. Una pregunta que no es pregunta.
Todavía queda algo entre nosotros…
Brutal!
Pues gracias David. Bienvenido 🙂