Que estés en algún lugar

El perejil de todas las salsas, la salsa de todos los botes del frigorífico, se cansó de no conocer las mañanas, de vaciar cajas de ibuprofeno, se cansó de susurrar en rincones oscuros y buscar los gayumbos sigilosamente por los suelos de pisos compartidos…

Venció la rabia y se quedó la melancolía, conoció los días de diario, añoró el otoño durante nueve meses al año y aprendió a callar tan bien que le empezó a parecer ridículo hablar y divertido escuchar.

Se le hizo un mundo olvidarle poco a poco, se le gastó el corazón y le creció el vacío del estómago, como si adentro le devorasen los días que dejaba pasar, como el agua hace colapsar los hoyos que hacía en la playa en verano, siempre más ancho, lentamente, casi a escondidas.

Y llegó un día en que no reconoció a nadie a su alrededor. Todo había cambiado. sus amigos ya no eran sus amigos. No vivía en el mismo lugar, no frecuentaba los mismos sitios, no comía lo mismo, ni hablaba igual, ni quería las mismas cosas que recordaba desear en algún momento hondamente.

Quizás no desaparezcamos -se dijo-, y vivamos siempre en una contínua reencarnación.

Crisis

No se si ya tengo cuarenta y dos, o aún tengo cuarenta y dos.

Solo

Sólo bajo la tormenta se descubre quien es refugio.

Alguien debería pararlo

Se disculpó y se levantó lentamente, la mirada clavada en ella. No podía ser, después de tanto tiempo. No podía ser, con ese color de pelo, con ese corte, con ese mismo brillar.

Se despiden en el semáforo. Tres, cuatro veces. Sonríen cada vez que se vuelve a cerrar… y allí siguen. Sin moverse. Sin hablar. Esperando que algo pase. La chispa que se avecina, el derrumbe de besos, los jadeos, los mordiscos, los lunares reencontrados. Los sudores, los humores, los olores y los sabores añorados. Un desorden de ropa arrojada, de piernas y sábanas. Las luces de la tarde de un sábado imprevisto descuidando unos puntos suspensivos. Una pregunta que no es pregunta.

Todavía queda algo entre nosotros…

Decreciendo

Fuimos leyendas del bar que nunca estuvo de moda, fuimos los dioses de las esquinas de las iglesias por donde nadie pasaba. Nudos de hilos sueltos, mensajes sin leer en el móvil, transportistas de apuntes, fuimos una hora más tarde de la permitida, copas pagadas con restos del bolsillo.

La humildad nos la da la distancia.