Al final, no es el final
Tigre estira las piernas y se reclina en la silla de aluminio. Mira el reloj, y luego al sol, que es pura naranja sanguina. Apoya las manos en los reposabrazos y contiene el aliento.
«Bah!» – dice, y abandona las manos de nuevo sobre las rodillas. Busca al camarero y le hace con los dedos el signo de la victoria. «Dos más».
Sonrío, porque nunca nos fuimos. Nosotros no. Nos echaron, o cambiamos de iglesia, pero nunca nos fuimos. Siempre quedó para una más.
Nos condenamos al conocernos.
eMe hoy ha comido renuncias.
eMe está escuchando una cama crujir.